Cada uno de los que estábamos involucrados en el baloncesto de entonces guarda un sabor diferente sobre la epopeya más grande conquistada por el baloncesto dominicano hasta la fecha, por lo general muy agradable. La medalla de oro obtenida en Panamá en 1977 en el marco del Centro-Basket. Resultó nuestro primer gran triunfo en el plano internacional, nos condujo al único Mundial que hemos jugado y demostró que la semilla plantada empezaba a cosechar dividendos.
Era un domingo muy caluroso y seguí la transmisión anotando tanto por tanto, dando continuidad a cada jugada. Peleaba con la estrategia de Humberto Rodríguez y entre lo que el hacha iba y venia me distraía escribiéndole a Yajaira Albornoz, una entrañable amiga (eran los tiempos donde el correo dominicano funcionaba normalmente). Al día siguiente tenia examen de Química Orgánica con don Andrés Sallent, pero eso era lo que menos importaba.
Y se cumplió. Proporcionamos el batacazo contra Puerto Rico y nos aseguramos el aurífero galardón. Eran tiempos muy distintos. Todo era felicidad, aún no se habían desatado todas las pasiones mercuriales sobre nuestro deporte y la mano sabia de Virgilio Travieso Soto estaba por encima de todo.
La reminiscencia del triunfo debería de ser un punto para analizar mil y uno aspectos del deporte del aro y el balón en suelo quisqueyano. Más que un simple ágape social hay cantos que aun no tienen respuestas.
El Listín Diario de la fecha tituló “raza inmortal” y me parece que se le fue la mano. El calificativo hasta ahora se había usado para los expedicionarios de Constanza, Maimón y Estero Hondo de 1959, aquellos que vinieron a inmolarse por la Patria frente al régimen de Rafael L. Trujillo. Modernos trinitarios que llevaban en la punta de sus fusiles toda la sangre, toda la determinación y todo el empeño que templó el heroísmo viril para demostrarle al mundo que esta tierra si fuere mil veces esclava, otras tantas ser libre sabrá.
Más decorosa fue la reseña de El Caribe… los doce magníficos. Menos lacerante, menos dolorosa.
¿Valió la pena esa conquista?... por presencia, por trabajo, por solidaridad, a todas luces si, fue la coronación de años de sacrificio de Humberto Rodríguez y de Faisal Abel. Pero hubo otros dueños de la misma que ahora no se mencionan, como la Gulf & Western (hoy Central Romana), Houston Rockets, Nate Archibald, Félix Aguasanta, Hugo Molina, Eliseo Alba Damirón (querido por muchos, odiado por tantos), Virgilio Travieso Soto, Máximo Bernard Vásquez, Ariel Pérez Ubiera, Leo Sabater, Néstor Lira Anglada, y mejor no seguir.
Al día siguiente la paliza que nos brindó México debió servir de ludibrio, pero todo estaba consumado. Éramos jóvenes, irresponsables, poco profesionales y habíamos alcanzado algo jamás soñado. Después se desanudaron los entusiasmos, los frenesíes, los delirios. En Colombia (1978) aún nos quedaban rasgos de todo ese engranaje, pero antes de terminar el año otro gallo cantaría.
Se arremetió contra la Fundación Pro-Deportes Aficionado que patrocinaba la Gulf & Western; Hugo Cabrera se declaraba profesional, sin haber jugado un partido en la NBA ; Antonio –Chicho- Sibilio se nacionalizaba español; nacieron enormes celos por parte del béisbol profesional; y la estructura se desmembraba. Los vocingleros de entonces ya nos colocaban entre la elite del baloncesto mundial y nos viciaban de un optimismo que arrastramos todavía en los días que corren. Lo cierto es que jamás hemos vuelto a ser los mismos.
A tres décadas de aquello, nadie se sacrifica para formar un jugador. No existe una escuela de entrenadores, pero tampoco una asociación de jugadores. Nuestros árbitros pasan las mil y una vicisitudes, pese a que hemos llegado a colocar dos entre los mejores del mundo. Las categorías formativas brillan por su ausencia y hasta entrenadores analfabetos hemos llegado a tener en las selecciones nacionales. Llegamos a la osadía de pretender formar un equipo nacional con fichas nacidas y formadas en el exterior, como queriendo cubrir nuestras falencias
Hace 30 años, Humberto Rodríguez, Faisal Abel, Félix Aguasanta, Osiris Duquela, Fernando Teruel, Julio –Yuyo- Pozo, Antonio –Tony- Tueni, Julio Santos, Alejandro Abreu, entrenaban desde mini baloncesto hasta el tope del país; en esos tiempos había más fundamento y menos NBA, existía la necesidad de trabajar para tener un lugar dentro de cualquier equipo, y que decir de las condiciones físicas de los atletas. Trabajo, trabajo, trabajo era la consigna. La teoría de los mangos bajitos no se aplica al deporte de las cestas y los balones.
Por demás, la repetida mención a que los miembros del equipo deberían estar de manera unánime en el Pabellón de la Fama del Deporte Dominicano, es valida. Los que faltan, Héctor Báez, Alejandro Tejeda, Evaristo Pérez, Víctor Chacón y Luis Manuel –Manolo- Prince deberán hacerlo oportunamente. Para la festividad de octubre corre con fuerza la posibilidad de que Pérez sea llevado al templo de la inmortalidad.
La única objeción no tiene sentido, pues en el ceremonial del año 2005 fue exaltado Iván Mieses, en un acto que pareció más social que deportivo. Precisamente en la conmemoración número 20 del trance más deleznable que jamás se haya cometido en el baloncesto dominicano: la agresión a batazos del jugador Ralph McPherson.
Parece que fue ayer, pero hemos recorrido 30 años. Es tiempo de llamar a unir esfuerzos y luchar por recuperar espacios que se pierden. Es tiempo de integración y lucha. Los Martín Garata de estos tiempos no deberían tener plazas dentro del organismo rector… a eso hemos llegado.
Luis R. Madera Campillo
Era un domingo muy caluroso y seguí la transmisión anotando tanto por tanto, dando continuidad a cada jugada. Peleaba con la estrategia de Humberto Rodríguez y entre lo que el hacha iba y venia me distraía escribiéndole a Yajaira Albornoz, una entrañable amiga (eran los tiempos donde el correo dominicano funcionaba normalmente). Al día siguiente tenia examen de Química Orgánica con don Andrés Sallent, pero eso era lo que menos importaba.
Y se cumplió. Proporcionamos el batacazo contra Puerto Rico y nos aseguramos el aurífero galardón. Eran tiempos muy distintos. Todo era felicidad, aún no se habían desatado todas las pasiones mercuriales sobre nuestro deporte y la mano sabia de Virgilio Travieso Soto estaba por encima de todo.
La reminiscencia del triunfo debería de ser un punto para analizar mil y uno aspectos del deporte del aro y el balón en suelo quisqueyano. Más que un simple ágape social hay cantos que aun no tienen respuestas.
El Listín Diario de la fecha tituló “raza inmortal” y me parece que se le fue la mano. El calificativo hasta ahora se había usado para los expedicionarios de Constanza, Maimón y Estero Hondo de 1959, aquellos que vinieron a inmolarse por la Patria frente al régimen de Rafael L. Trujillo. Modernos trinitarios que llevaban en la punta de sus fusiles toda la sangre, toda la determinación y todo el empeño que templó el heroísmo viril para demostrarle al mundo que esta tierra si fuere mil veces esclava, otras tantas ser libre sabrá.
Más decorosa fue la reseña de El Caribe… los doce magníficos. Menos lacerante, menos dolorosa.
¿Valió la pena esa conquista?... por presencia, por trabajo, por solidaridad, a todas luces si, fue la coronación de años de sacrificio de Humberto Rodríguez y de Faisal Abel. Pero hubo otros dueños de la misma que ahora no se mencionan, como la Gulf & Western (hoy Central Romana), Houston Rockets, Nate Archibald, Félix Aguasanta, Hugo Molina, Eliseo Alba Damirón (querido por muchos, odiado por tantos), Virgilio Travieso Soto, Máximo Bernard Vásquez, Ariel Pérez Ubiera, Leo Sabater, Néstor Lira Anglada, y mejor no seguir.
Al día siguiente la paliza que nos brindó México debió servir de ludibrio, pero todo estaba consumado. Éramos jóvenes, irresponsables, poco profesionales y habíamos alcanzado algo jamás soñado. Después se desanudaron los entusiasmos, los frenesíes, los delirios. En Colombia (1978) aún nos quedaban rasgos de todo ese engranaje, pero antes de terminar el año otro gallo cantaría.
Se arremetió contra la Fundación Pro-Deportes Aficionado que patrocinaba la Gulf & Western; Hugo Cabrera se declaraba profesional, sin haber jugado un partido en la NBA ; Antonio –Chicho- Sibilio se nacionalizaba español; nacieron enormes celos por parte del béisbol profesional; y la estructura se desmembraba. Los vocingleros de entonces ya nos colocaban entre la elite del baloncesto mundial y nos viciaban de un optimismo que arrastramos todavía en los días que corren. Lo cierto es que jamás hemos vuelto a ser los mismos.
A tres décadas de aquello, nadie se sacrifica para formar un jugador. No existe una escuela de entrenadores, pero tampoco una asociación de jugadores. Nuestros árbitros pasan las mil y una vicisitudes, pese a que hemos llegado a colocar dos entre los mejores del mundo. Las categorías formativas brillan por su ausencia y hasta entrenadores analfabetos hemos llegado a tener en las selecciones nacionales. Llegamos a la osadía de pretender formar un equipo nacional con fichas nacidas y formadas en el exterior, como queriendo cubrir nuestras falencias
Hace 30 años, Humberto Rodríguez, Faisal Abel, Félix Aguasanta, Osiris Duquela, Fernando Teruel, Julio –Yuyo- Pozo, Antonio –Tony- Tueni, Julio Santos, Alejandro Abreu, entrenaban desde mini baloncesto hasta el tope del país; en esos tiempos había más fundamento y menos NBA, existía la necesidad de trabajar para tener un lugar dentro de cualquier equipo, y que decir de las condiciones físicas de los atletas. Trabajo, trabajo, trabajo era la consigna. La teoría de los mangos bajitos no se aplica al deporte de las cestas y los balones.
Por demás, la repetida mención a que los miembros del equipo deberían estar de manera unánime en el Pabellón de la Fama del Deporte Dominicano, es valida. Los que faltan, Héctor Báez, Alejandro Tejeda, Evaristo Pérez, Víctor Chacón y Luis Manuel –Manolo- Prince deberán hacerlo oportunamente. Para la festividad de octubre corre con fuerza la posibilidad de que Pérez sea llevado al templo de la inmortalidad.
La única objeción no tiene sentido, pues en el ceremonial del año 2005 fue exaltado Iván Mieses, en un acto que pareció más social que deportivo. Precisamente en la conmemoración número 20 del trance más deleznable que jamás se haya cometido en el baloncesto dominicano: la agresión a batazos del jugador Ralph McPherson.
Parece que fue ayer, pero hemos recorrido 30 años. Es tiempo de llamar a unir esfuerzos y luchar por recuperar espacios que se pierden. Es tiempo de integración y lucha. Los Martín Garata de estos tiempos no deberían tener plazas dentro del organismo rector… a eso hemos llegado.
Luis R. Madera Campillo
1 comentario:
DESPUES DE HABER VISTO ESTA PAGINA TAN MEMORABLE Y DE GRATO RECUERDOS SOBRE EL GRAN TRIUNFO DOMINICANO EN CENTRO BASKET EN PANAMA, ME QUEDA SOLAMENTE DECIR QUE ESTA GRAN JORNADA FUE LA QUE DIO INICIO PARA QUE HOY EN DIA EL BALONCESTO DOMINICANO ESTE MAS ROBUSTO QUE NUNCA...SI ALGO HICIMOS COMO DIRECTOR DE LA FUNDACION PRO-DEPORTES DE LA GULF AND WESTERN, FUE SIMPLEMENTE CREER EN QUE EL ATLETA DOMINICANO SE MERECIA TODO NUESTRO APOYO PARA LOGRAR SUS METAS.. ASI PUES QUE LE DOY GRACIAS A TODOS LOS QUE CREYERON EN EL PROYECTO DE APOYO TOTAL AL DEPORTE Y MUY ESPECIALMENTE AL BALONCESTO DOMINICANO.. GRACIAS A DUARDO GOMEZ, HUGO CABRERA, HUMBERTO RODRIGUEZ, LEO SABATER, Y EL DR. AREIL PEREZ UBIERA... UDS. SON LOS VERDADEROS HEROES Y UDS. LES DIGO PARA SIEMPRE "QUE DIOS LOS BENDIGA"
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